UNA HABITACIÓN PROPIA. EL “STUDIOLO” DE FEDERICO DE MONTEFELTRO EN URBINO.

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Retrato de Federico de Montefeltro. Piero della Francesca. Galeria de los Uffizi. Florencia.

 

Imaginemos por un momento. Entramos en el Palacio Ducal de Urbino por una de las tres puertas de la fachada norte. Tras un corto vestíbulo accedemos a uno de los más bellos patios que he conocido en Italia, con arcadas que marcan un ritmo elegante de arcos perfectos en su equilibrio. Pero seamos insensibles por un momento y no nos detengamos aquí, dejemos incluso para más tarde una merecida visita a la biblioteca que en un meditado gesto se colocó junto a la entrada para un fácil acceso para los habitantes de Urbino. Y subimos con el corazón encogido a la planta noble del palacio. Vemos a lo lejos las dos escaleras que envueltas como en sendos estuches ocupan las dos torres tan características de la fachada del palacio que da a poniente.

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Entrada al Palacio Ducal de Urbino.

 

Atravesamos los 35 metros de la sala del trono. Este palacio tiene más de 40 salones y no menos de 250 habitaciones pequeñas; el duque tiene que alojar a su mujer, Battista Sforza, a seis hijas y un hijo. Y a unos cuantos bastardos que también merecen los cuidados paternos. Y toda una corte de pajes, damas de compañía, huéspedes, etc.

Pero seguimos nuestro apresurado recorrido y ya casi al final del camino, donde el palacio parece volcarse en el barranco que lo rodea, entramos en una pequeña habitación. Es quizás la más pequeña estancia del palacio y sin duda la mas escondida y oscura. Ni siquiera tiene ventanas que aligeren sus paredes, no entra la luz que sube a Urbino desde el Adriático ni el aire fresco que desciende desde el Apenino. La luz, tan escasa y oblicua, entra por dos aperturas que hay en la parte más alta de uno de los muros. Hemos llegado al “studiolo” de Federico de Montefeltro, el Duque de Urbino, famoso condottiero del quattrocento, vencedor en mil batallas, inteligente, culto y refinado como corresponde a un hombre del Renacimiento y que quiso para sí este rincón apartado para su retiro ocasional.

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Palacio Ducal de Urbino. Detalle del patio.

 

Y, ¿por qué el Duque reservó para sí la más humilde estancia del fastuoso palacio? Es más, ¿Por qué Federico de Montefeltro necesitaba un espacio privado?. Tendremos que seguir imaginando. Federico es un soldado a sueldo, “trabaja” para quien le paga, es un fiel servidor de quien contrata sus servicios y por el tiempo que dura el contrato. Cambia de señor en cada campaña militar, cambia de aliados y los que hoy lo son, mañana serán sus enemigos; y no hay problema en ello. Tras una dura campaña guerreando por todo el centro y norte de Italia regresará a Urbino. Entra en el palacio donde le recibe otro ejercito pero esta vez de hijas, con sus pajes y damas, visitantes de otras cortes italianas que llegan a Urbino a presentar sus respetos al Duque, gentes de la propia ciudad con un sinfín de peticiones que hacer, más hijos, algunos bastardos, nueras, yernos, etc. Federico se ha construido para sí un rincón donde escapar de todo este bullicio palaciego, un lugar donde estar solo, donde medita, reflexiona y estudia. No es un despacho de trabajo, es una habitación propia, personal, a la que sólo el tenga acceso. El hombre del Renacimiento es individualista, pensemos en Montaigne un siglo después, retirado en su torre durante años con sus libros como único acompañamiento. Federico no va a llegar a tanto, él no se aísla de su familia como hizo Montaigne, no necesita encerrarse durante meses, ni siquiera durante días, es al fin y al cabo un servidor público y tiene obligaciones que atender. Pero necesita este refugio privado donde encontrar la tranquilidad y un momento de soledad.

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Palacio ducal de Urbino. Detalle del patio.

 

Aunque parezca un contrasentido, en el quattrocento el progreso se buscaba en el pasado, en el mundo clásico, en los libros escritos entonces, en los manuscritos rescatados. Allí está la sabiduría, lo justo y lo avanzado. No se piensa que el progreso pueda residir en el futuro, se desconfía de lo que está por venir. Por eso Federico no necesita grandes ventanales en su “studiolo”, no necesita mirar hacia fuera, sólo necesita mirar lo que dicen los libros. El hombre culto estudia dando la espalda a las ventanas, al exterior.

Pero aunque su “studiolo” está en el rincón más recondito del palacio no por eso es un sitio austero. Federico es el prototipo de principe renacentista, le gusta lo bello y necesita rodarse de belleza, necesita fijar su pensamiento en imágenes, no en vano es un italiano. Si fuera francés en vez de imágenes hubiera necesitado palabras. Y por tanto decora su “studiolo” a su gusto y crea un espacio de refinamiento difícil de superar. No escatima, no faltan príncipes   que requieran de sus servicios como  condottiero y los ducados de oro llegan con facilidad a la corte de Urbino.

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Studiolo de Federico de Montefeltro. Detalle del friso taraceado.

 

Federico llama a los mejores artistas del momento para llevar a cabo su proposito. Como si fuera un manto cálido envuelve la sala con un friso taraceado que cubre los dos tercios inferiores de las paredes. Un friso imponente de imágenes ficticias, de perspectivas imposibles, de objetos simulados que llenara el vacío del studiolo. Para elaborarlo llama a Baccio Pontelli que recortará y unirá los fragmentos creando un suntuoso puzzle sobre diseños supuestamente de Boticelli , Giuliano da Maiano y Bramante. Con las perspectivas caprichosas el studiolo se llena de instrumentos musicales fingidos ,aparentes armarios donde cuelgan imaginarias armaduras dando la impresión de que Federico se las hubiera quitado y colgado allí al entrar al studiolo.

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Studiolo de Federico de Montefeltro. Detalle del friso.

 

La parte inferior del friso representa una sucesión de escaños, de asientos, unos están abiertos y otros simulan estar cerrados. Pero todo es un puro juego de perspectivas, es una superficie plana de madera, todo es prodigioso en el friso, la elaboración es exquisita. Todo parece natural cuando no es más que un engaño, un trampantojo sin igual. Hay incluso aparentes ventanas abiertas que se abren a ficticios paisajes, ¿para qué hacen falta entonces las verdaderas ventanas? El arte supera a la realidad.

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Studiolo de Federico de Montefeltro. Detalle del friso.

 

Y En el espacio libre que queda en las paredes por encima del friso Federico va a colocar su colección particular de retratos. Trae de Flandes a Just de Gand, pintor entonces destacado y al español Pedro Berruguete. Entre los dos y junto a sus colaboradores van a pintar una galería de 28 retratos de hombres ilustres de la antigüedad y algunos contemporáneos del Duque Federico de Montefeltro. Distinguimos a los 4 padres de la iglesia, San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio y San Gregorio, a personajes de la antigüedad griega y latina como Cicerón, Séneca, Homero, a Dante y Petrarca y como hemos dicho a algún contemporáneo de Federico como los Papas Sixto IV y Pío II.

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Galería de retratos del studiolo de Federico de Montefeltro.

 

Pero hay un retrato más que a mí me resulta entrañable. Federico, además de gran señor y genial soldado, es agradecido y entre los 28 personajes que admira y respeta va a incluir a Victorino da Feltre, su instructor de la infancia, con quien estudió y formo su carácter durante algunos años en la corte de los Gonzaga en Mantua. A su querido profesor le pone a la altura de Virgilio y Dante, de Petrarca y Homero. El gesto de Federico le llena de humildad y su agradecimiento ha llegado hasta nosotros a través de los siglos.

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Retrato de Victorino da Feltre, instructor de Federico. Galeria de retratos del studiolo.

 

Curiosamente en la galeria no aparecen retratos de santos que no sean otra cosa que santos, no los quiere en su refugio, si están en las iglesias que allí se queden. Evidentemente los rostros de los personajes no pueden ser reales, salvo los escasos contemporáneos. Da la sensación incluso de que han sido todos pintados sin ningún orden y que luego los rostros se han repartido entre los personajes por sorteo. Sólo algunas características nos llaman la atención y es que los griegos son barbudos y visten con estilo oriental y los latinos son todos lampiños.

De los 28 retratos iniciales actualmente son auténticos sólo 14, los otros 14 fueron robados y llevados a francia por las tropas  napoleónicas y aún hoy decoran injustamente algunas salas del Museo del Louvre, por lo que han tenido que ser sustituidos por copias de menor calidad. Si aún viviera Federico de nuevo tomaría las armas e iría a reclamar lo que es suyo y “rescataría” a esos 14 personajes que tantas horas compartieron su retiro.

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Galería de retratos del studiolo de Federico de Montefeltro. Retratos de Aristoteles, Santo Tomàs de Aquino y San Agustín.

 

No quiero que un último detalle se quede en mi memoria. En el último rincón del pequeño studiolo, en la parte más oscura y escondida todavía quedaba un pequeño hueco libre. Allí Baccio Pontelli talló con unos cuantos listones el perfil inconfundible de Federico de Montefeltro. Y esto no pudo ser escogido libremente por el artesano, hubiera sido una ofensa a su mecenas, tuvo que ser una decisión meditada del propio Duque que dejó a modo de firma su pequeño retrato.

Por fortuna y salvo los 14 retratos “emigrados” al  Louvre, el studiolo ha llegado indemne y completo hasta nosotros. Es la única estancia del palacio que se ha mantenido tal como se construyó. Es una especie de justicia poética, la obra más personal e íntima de Federico de Montefeltro ha sobrevivido al lujo mundano de tantas estancias que hay en el palacio ducal de Urbino.

Y dejamos ya a Federico estudiando en su gabinete rodeado de los retratos que le acompañan y a quienes quiso homenajear hace más  de  500 años por haber liberado a la humanidad de la barbarie.

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Palacio ducal de Urbino. Detalle del patio.

– FIN –

 


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